El coleccionista de vidas

Él sabía que lo que hacía estaba mal, pero no podía evitarlo. Cada noche se apostaba tras las cortinas bajo la penumbra de su habitación. Apenas diez metros separaban su casa de su ventana.

Todas las noches el mismo ritual. Ella llegaba, se sentaba en el sofá, y tras un breve descanso se dirigía al cuarto de baño a darse una ducha. No había ni cortinas ni persianas. Solo ella. Él la esperaba, con su cámara preparada, no hacía falta tele. Un simple objetivo de 35 mm era suficiente para captar toda la belleza.

No tenía cuerpo de modelo, ni mostraba esas delgadeces que él tanto detestaba. Tenía curvas, forma de mujer. Varios piercings adornaban su piel. Pelo negro. Rizos de lujuria. Eva al desnudo. Él sabía captar perfectamente el instante.

Había perdido la cuenta de las veces que le había fotografiado. DVDs llenos de fotos de ella. Una vida coleccionada en imágenes. Ni siquiera se excitaba. No era morbo lo que buscaba. Solo contemplaba su cuerpo, y lo atrapaba en sus fotos, como el artista da forma al mármol. El éxtasis de la belleza. Contemplación y meditación.

¿Algún día podría hacerlo sin tener que esconderse? ¿Algún día se atrevería a pedírselo? Solos los dos, ella y la cámara. ¿A que olería su piel? ¿A que sabría su cuerpo?

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P.D.: Este fin de semana va a ser duro. El sabado me voy a Picos de Europa a ver si hacemos el Tesorero. EL domingo me voy a Álava a una marcha de montaña por Iturrieta. El lunes me voy a Granada, a Almuñecar, a un congreso... esto no puede ser bueno